Pateras, yolas y sueños truncados

La tragedia de Ceuta, en la que murieron quince inmigrantes subsaharianos tratando de llegar a nado a las costas de este enclave español en el norte de África, me recuerda otras historias de migraciones también dramáticas que viví de cerca en la República Dominicana y Guatemala. Subsaharianos, dominicanos, guatemaltecos, personas que arriesgan su vida con la esperanza de  llegar a un lugar mejor en el que poder trabajar y así poder ayudar a sus familias pobres.

En la República Dominicana las pateras se llaman yolas. Son embarcaciones frágiles en las que muchos dominicanos se lanzan al mar que separa la Isla Española de Puerto Rico. Con frecuencia no saben nadar y en las aguas del Canal de la Mona hay tiburones.
Hace diez años, en el pueblo dominicano de Nagua, estuve el funeral de una de las víctimas de un naufragio que se cobró la vida de muchas personas.

«Se tiraban al mar, locos de hambre y de sed», me contaba entonces Faustina Santana, de 28 años, una de las sobrevivientes.

captura dominicana

En Guatemalatambién son muchos los ciudadanos que emprenden el largo viaje a Estados Unidos en busca del sueño americano.

«Si uno no tuviera necesidad, no emigraría», me contaba la joven Vivian García, de 22 años, poco después de bajar del avión que le deportó a Guatemala.  Dejó a sus hijos de 8 meses y 3 años al cuidado de su madre en el oriental departamento guatemalteco de Santa Rosa, y emprendió con un grupo de mujeres una dura travesía, de «tres días caminando en el desierto y 18 horas en un furgón», hasta reunirse con su esposo en Estados Unidos.

«Allí tratan mal al emigrante», dijo al recordar lo que sufrió en una cárcel de Arizona, en la que estuvo 15 días antes de abordar el avión de regreso a Guatemala.

Noticia de emigrantes en Guatemala

 

El senegalés Gora Nidiake, de 28 años, me contaba en la localidad malagueña de Marbella, en España, el miedo y sobre todo el frío que pasó en la patera en la que viajó desde Dakar hasta Hoya Fría, en  la isla canaria de Tenerife en julio de 2006. Las «noches terribles», cómo duele todo el cuerpo durante una semana en medio del mar. Sin saber nadar. «Nosotros tuvimos suerte», me dijo, pero otros muchos mueren por el camino.

 

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