La Casa de la Buena Vida no es una casa cualquiera. Nace de las pérdidas humanas, del deseo de hacer posible un lugar en el que los más golpeados de esta sociedad puedan retomar las riendas de su vida. Así lo cuenta Jesús Rodríguez, El Chule, fundador de este proyecto de integración social autogestionado en el barrio de la Palma Palmilla, uno de los más desfavorecidos de Málaga. El Chule fue uno más de los jóvenes que en los años 80 se vieron atrapados por las drogas. Conoció la cárcel, donde fraguó la idea de ayudar a sus iguales desde las calles donde había crecido y perdido a sus hermanos Manuel y Antonio. La drogadicción se llevó también a muchos amigos, cuyos nombres tatuó en sus brazos.
Una sesenta personas se asean, desayunan, comen, cenan y duermen cada día en la Casa de la Buena Vida donde son recibidos sin tener en cuenta «ni raza, ni sexo ni color» y donde encuentran apoyo y muchas veces una última oportunidad para desengancharse del mundo de las drogas. Al que llega «no le pregunto nada. Le baño y le visto. Nuestra casa nace de la empatía de vernos solos, locos, marginados y olvidados«, contó El Chule en la presentación el 28 de mayo de una serie de vídeos que componen la campaña Iguales. Se trata de una campaña impulsada por la agencia de comunicación solidaria Comsolidar para acercar a la sociedad la Casa de la Buena Vida y disipar «la manta negra» de desconocimiento y prejuicios sobre ella y los gitanos. «La gente nos tapa con una manta. Existen muchas barreras mentales y es bueno romperlas. La Casa de la Buena Vida es mi vida«, decía El Chule, quien encuentra cada día la felicidad en hacer felices a los demás.