Un panteón para cerrar heridas

Pantéon en construcción en Málaga

Panteón en construcción en el Cementerio de San Rafael de Málaga en memoria de los más de 4.000 republicanos fusilados y enterrados en este lugar durante el franquismo.

 

Antes de que termine el año, el cementerio de San Rafael  de Málaga contará con un panteón en forma de pirámide en el que irán grabados en mármol blanco los nombres de las más de 4.000 personas fusiladas y arrojadas a fosas comunes en este camposanto durante el franquismo. El camino de acceso a este monumento estará  flanqueado de cipreses.

Alfonso, el jefe de obra del mausoleo, afirma que ésta no es una obra cualquiera: «Es muy sensible. Hay familiares que me llaman para entrar y ver cómo avanzan los trabajos. Y muchos se emocionan«.  El abuelo de Alfonso estuvo a punto de morir fusilado pero se salvo en el último momento.

A una decena de  kilómetros del cementerio de San Rafael, en la entrada de uno de los túneles de la Cala del Moral, en la costa oeste malagueña, hay un orificio en la pared del lado del carretera que mira al mar. Es el resultado del impacto una de las bombas que en febrero de 1937 lanzaron los cañones de barcos italianos y alemanes sobre centenares de malagueños que huían del fascismo desde Málaga y sus pueblos hacia Almería acorralados por el fuego de aviones y buques de guerra.

Miguel Alba, que dirigió durante años la investigación de desaparecidos durante la Guerra Civil y la dictadura franquista (1937-1975) en 31 pueblos de Málaga, cuenta que quieren poner un placa en ese lugar en recuerdo de las miles de víctimas: mujeres, hombres, ancianos y niños que encontraron allí la muerte.

La evacuación en masa de la población civil de Málaga comenzó el domingo 7 de febrero de 1937: «Imaginaos ciento ciencuenta mil hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio hacia una ciudad situada a doscientos kilómetros de distancia»,  se lee en el libro «El crimen de la carretera Málaga-Almería», dirigido por Jesús Majada con textos de Norman Bethune, un médico canadiense que se echó a la carretera y ayudó a los más necesitados en este terrible éxodo.

También para que no se olvide la historia, quieren poner una placa en el aeropuerto de Málaga, cuya pista de aterrizaje fue construida por presos políticos republicanos procedentes de un campo de concentración en Torremolinos, en la costa este.  Así lo cuenta Cecilio Gordillo, coordinador de la página Todos los nombres y miembro de la sindical Confederación General de los Trabajadores (CGT), quien denuncia que 250.000 personas sufrieron trabajos forzados durante el régimen del dictador Francisco Franco.

El grupo de trabajo de la Organización de las Naciones Unidas sobre desapariciones forzadas o involuntarias partió este lunes 30 de España tras una semana de reuniones con asociaciones y familiares de víctimas y ha instado al Gobierno a investigar las desapariciones, fusilamientos y torturas con independencia de la ley de Amnistía de 1977 con el argumento de que se trata de «crímenes de lesa humanidad que no prescriben». Según su informe, los archivos referentes a las exhumaciones deben ser más accesibles a la ciudadanía y los jueces deben personarse en ellas, cosa que no hacen en la actualidad.

El grupo de la ONU insistió en que los trabajos deben hacerse con  celeridad porque los familiares de víctimas cada vez son más ancianos. Miguel Alba, socio fundador de la Asociación contra el Silencio y el Olvido Memoria Histórica de Málaga, recorre los pueblos de Málaga hablando con algunas de estas personas mayores y cuenta que conservan intactos en la memoria detalles sobre aquellos momentos duros en los que se llevaron a sus maridos, hijos o sufrieron en carne propia terribles experiencias.

«No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas en condiciones, justamente, sin banderas», contaba Alba. En una de las exhumaciones en las que participó, en Alfarnatejo, un pueblo de apenas 500 habitantes,  al principio costó bastante trabajo que se hablara naturalmente del tema. Pero conforme avanzaban los trabajos en el camposanto los lugareños comenzaron a colaborar. Según Alba, una vez se sacaron los restos de las zanjas había otra visión en el pueblo, menos tensión entre personas de distintas ideologías.

 

 

 

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